lunes, 4 de abril de 2016

LA EDUCACIÓN

Por: Elvia María González Agudelo, profesora titular U. de A.

La educación es autoritaria, es erudita, es meticulosa, es documentalista, es gris.  Busca el orden, lo lineal, la utilidad.  Transcurre por sendas embrolladas, garabateadas.  Está forjada por programas invertebrados, totalitarios, cuyo Zeus no siente placer por sentarse, rodeado de plenitud, en su olimpo.  Y así sólo puede parir hombres opacos, melancólicos, fatigados, debilitados, sin deseos, pesimistas, derrumbados;  o cuando más, individuos programados, repetidos, pragmáticos, simplemente fríos reproductores de un status quo que los beneficia o los golpea.

Pero de esas nubes grises que el viento arrastra en movimientos circundantes, que se concentran y se hacen pesadas;   que aún siendo  las mismas nubes grisosas reposadas en el aire, se van atrayendo entre energías contrarias y de pronto estallan en relámpagos, emerge entonces la luz:  es el agua... cae gota tras gota, en chaparrones, en tormentas, en granizadas,  empapándonos, mojándonos, despertándonos.  Nos sacudimos y entramos al mundo de las sorpresas donde ingresa triunfante Dionisio, invitándonos a subvertir el orden, a involucrarnos en el drama transparente y continuo de la educación para la vida contemporánea,  es ese mundo donde el hombre capta la curva lenta de la evolución, donde halla detrás de las cosas su esencia, donde construye a partir de su propia experiencia, donde participa activamente en el proceso de aprendizaje, donde en cada amanecer se busca así mismo, es decir, se forma, para luego, como el agua llovida, confundirse en charcos con esos otros, para expandirse y zambullirse hasta el vaivén de las olas transparentes que conduce Poseidón;  sereno, en épocas de participación colectiva, mas iracundo en épocas de ausencia absoluta.
Entonces la luz, de nuevo calienta el agua y en espiral, crece, se levanta entre edificios, entre montañas y continua hacia el infinito:  libre, tranquila y en paz, será una nube azul, hermosa, transparente como el viento que la lleva por la eternidad, es la persona formada para soñar, para querer, para sentir, para hacer, para desear, para interpretar lo real a través de las metáforas, para despertar sus instintos y vivir, vivir en conjunto por un bien común.
El relámpago que avisa con la luz que expande y ese fulgor del sol que calienta el agua estremecen a Zeus, de cuya cabeza salió un día Atenea, la sabiduría, para confundirse entre la gente común, ese sabio que sabe vivir y morir en plenitud, con todos y cada uno, ese ser común y corriente que ama su oficio, ese es el sitio donde, nosotros docentes debemos habitar, para ser ese “portero” que lleva hacia afuera lo que aún se está formando, lo acompaña para salir, le muestra diversidad de senderos apasionantes, esa certeza de la duda que lo aleje de la ausencia de profundidad, para que se asombre con el misterio de la vida.
El hielo debe derretirse.  El que camina primero debe, entre bambalinas, emitir energías para inmiscuir al otro en el ciclo de las transformaciones:  ser agua en las inmensidades del infinito, chocar y caer, llegar y arrastrarse hasta la profundidad del mar, revolverse, coger de todos un poco, ser común, imaginar, participar, transformar, ser una gota renovadora y luego volver al infinito, en plenitud, pues ha contribuido a engrandecer la humanidad.
 Luego la nube blanca y brillante, en ese fondo inmensamente azul, se carga, la crisis vuelve a presentarse, todo es confuso, letal, pasa el tiempo y el viento silbando mueve la feliz realidad, el grises regresa y las nubes quizá nuevamente chocan para volver y renacer.  Es el agua: nacer, morir, renacer.  Es la vida misma.

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