El maestro como ser político
Hader Calderón, Dayro
León Quintero López
Nuestra
presencia en el mundo nos compele a hacer elecciones y tomar decisiones, esto
es, asumir posturas ético-políticas coherentes con nuestros horizontes de
sentido. Y el hecho de que el mundo no
sea necesariamente esto o aquello, y que los seres humanos seamos proyectos, y al
mismo tiempo podamos tener proyectos para el mundo, hace que la educación tenga
sentido, porque para ser, los seres humanos necesitamos estar siendo (Freire,
2012). De ahí, que la praxis educativa se constituya sustantivamente en una
práctica político-pedagógica, en tanto “la naturaleza de la praxis educativa es
política en sí misma. Y por eso, no es posible hablar siquiera de una dimensión
política de la educación, pues toda ella es política” (Entrevista dada por
Freire a Rosa María Torres, 1985).
Reconocer
el carácter político de la educación nos exige considerar la educación en su
globalidad, y estrechamente vinculada con el proyecto global de sociedad, a las
prioridades que ese proyecto demanda y a las condiciones concretas para su
realización (Freire, 2007). Por eso, resulta imposible desarrollar una praxis
educativa en cualquier nivel o ámbito, en la que previa o concomitantemente, no
se tomen en serio problemas como repensar contextualmente los currículos, las
metodologías, y las intencionalidades formativas, para que dialoguen con las
potencialidades, necesidades y aspiraciones de las comunidades territoriales.
Las
múltiples trayectorias sobre las que se anclan las tipologías simbólicas de los
maestros están habitadas por la condición pública de su oficio, que convierte
el acto de enseñar en un escenario político, al traducir la teleología social
en los sistemas de prácticas sobre los que trasiega su naturaleza y contenido.
En este sentido, ser maestro es ser un sujeto de saber a través del cual se
construye una intersección entre la acción y la intención en la que abreva el
sentido mismo del reconocimiento íntimo, pero también del reconocimiento mutuo
inherente a los modos de relacionamiento entre las instituciones, los sujetos y
los discursos por lo que el maestro deviene como tal.
La
naturaleza pública del acto de enseñar es un acontecimiento que, atrapado en
las coordenadas del espacio y el tiempo, no puede evitar estar comprometido con
todo aquello que lo constituye y lo rodea, y como tal, tampoco puede evitar el
posicionamiento, al punto de convertirlo en un asunto de orden político por el
lugar mismo donde se produce: el escenario de lo público, entendido como el
espacio social y el sistema de prácticas que lo acompaña, y que hace que aquel
que lo encarne esté siempre de cara la acción política como confirmación de una
parte de su ontología.
El
sujeto maestro no sólo es un intelectual de la educación o de la pedagogía, es
una superficie porosa a través de la cual la relación consigo mismo, con los
otros y con su entorno le insta a producir, circular y apropiar saberes y
conocimientos cuyo paso por lo político, en tanto estar en lo público, no le
exime de ese encuentro y de esa característica misma del ser sujeto maestro, la
condición humana y como tal parte de lo cotidiano que es amparado por lo
público en tanto forma y contenido de lo político.
La
faceta política del sujeto maestro es un rasgo de su naturaleza, no como un
asunto de posesión o causalidad, sino como la materia primigenia que lo
contiene, ya que la intencionalidad que lo acompaña no le viene solo de la
exterioridad sino también de lo íntimo de su ser, pero en la perspectiva de la
formación en la que está inscrito. Asimismo, la acción política que acompaña al
sujeto maestro no puede ser confundida con una fabricación, sino que debe ser
vista como un proceso formativo, en tanto la multiplicidad del origen es
identificable pero las trayectorias son azarosas, y como tales suponen que
aunque puedan ser diversas y antagónicas siempre son objeto de lo público que
está en su tarea. De este modo, el sujeto maestro en tanto sujeto político,
sería un texto inconcluso que se va escribiendo en el fragor de cada
experiencia que atraviesa y lo atraviesa, de manera tal que su acción es
plurisemántica y alterna a las posibilidades que en el encuentro con el otro se
puedan suscitar. Visto así, lo político es una de las coordenadas sobre las
cuales la cartografía del ser sujeto maestro se construye, dado que el acto
mismo que lo acompaña engendra una práctica que por su carácter social anda
comprometida y sujetada a las condiciones de posibilidad, existencia y
funcionamiento que en el encuentro con el otro se suscita en lo público.
Asumir
la praxis educativa como práctica pedagógico-política, implica además, superar
la visión instrumental de la pedagogía, para comprenderla como “un campo de
contradicción, lucha y resistencia a las formas de control que ha tomado el
poder en lo educativo y lo pedagógico” (Mejía, 2011: 112), y una forma de
trabajo cultural y político por medio de la educación, que manteniendo y
reconociendo su especificidad, busca ser copartícipe en la construcción y
recreación de los paradigmas que plantean que otro mundo es posible,
contribuyendo a transformar el sistema de educación a todos los niveles y, por
ese medio, a la sociedad en sus condiciones de injusticia e inequidad.
Bibliografía
referenciada.
Freire,
Paulo. (2012). Pedagogía de la
Indignación: Cartas pedagógicas en un mundo revuelto. 1ª ed. Buenos Aires:
Siglo XXI Editores S.A. 172p.
Freire,
Paulo. (2007). Cartas a Guinea-Bissau.
Apuntes de una experiencia pedagógica en proceso. 12ª edición en español.
México: Siglo XXI Editores S.A. 252p.
Freire,
Paulo. (1997). Pedagogía de la autonomía.
1ª edición. México: Siglo XXI Editores S.A. 139p.
Mejía,
M.R. (2011). Educaciones y pedagogías
críticas desde el sur. (Cartografías de la Educación Popular). Lima:
Consejo de Educación de Adultos de América Latina (CEAAL). 232p.
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