Nancy Ortiz
El maestro
El maestro —cuya labor se
desenvolvía entre el conuco y el aula— se llevó el libro debajo del sobaco, y
el calor derritió entonces las palabras, y las imágenes de colores de los
padres de la patria rodaron convertidas en melcocha por debajo de la camisa
caliente y pedagógica; las ciudades de la página 32 se poblaron de agrios
olores sudorosos, y los pistilos y corolas abandonaron ya en la página 95, el
marco blanco de las hojas.
Cuando
el maestro quiso sacar su libro para leer la lección del día, comprobó que sus
alumnos recogían los capítulos en vasijas de barro y que sólo colocándolos a la
luz y el calor del sol la sequedad anterior se recuperaba en una mezcla de
temas y paisajes que eran ya un tipo de saber diferente al que el maestro había
durante años explicado.
Marcio Veloz Maggiolo
Ser maestro o maestra implica reconocerse
a sí mismo como sujeto de un saber dibujado no sólo sobre la extensión del
conocimiento científico, sino también en las dimensiones de la experiencia estética -indesligable
de las esferas ética y política- construida
en el ir y venir de la praxis, en los movimientos del cuerpo, el pensamiento,
la pasión y la acción. Esto hace que su enseñanza no se reduzca a la
transmisión de información; aquello que pretende enseñar se ve transformado por
su historia de vida, por su posición frente al mundo, por su lectura del
espacio pedagógico, de los estudiantes y sus entornos.
Precisamente, el cuento del dominicano Marcio Veloz Maggiolo nos permite apreciar la enseñanza como un
proceso derivado de la experiencia que maestros y maestras tenemos con las ciencias,
las disciplinas, los discursos y, de forma especial, con
los problemas que pretendemos enseñar. En concordancia, enseñar no constituye el
producto de un mero transponer “objetos” de las ciencias y disciplinas al aula
de clases. Más bien, quienes enseñamos elaboramos tramas a partir de nuestra
lectura lógica, ética y estética del acervo científico, inserto en la historia
de la humanidad, en las distintas formas de expresión y significación que
aprendimos en nuestra propia cultura, con sus lenguajes populares y artísticos,
con la creatividad desarrollada para recrearlos, con nuestro deseo y nuestra pasión.
El
cuento El maestro muestra, con sus
secuencias, diferentes imágenes sobre el universo educativo desde un lugar
político concreto: el maestro enseña lo que ha pasado antes por su cuerpo. Pero
no hablamos de cualquier cuerpo: él viene del conuco, su vida no empieza y termina
en la escuela, pues también participa de la cotidianidad del cultivo, y lo que
enseña también proviene de allí. El calor hace propicio que el conocimiento
apresado simbólicamente en el libro —escrito por otros autores— sea deformado
por el sudor, que nos remite ineludiblemente a la corporeidad y, a la vez, al
trabajo. Hablamos de la experiencia de un cuerpo situado y, por lo tanto, de
una experiencia situada; el sol, las vasijas, la vida rural —quizás taína— y el
calor desfiguran el conocimiento inodoro contenido en el marco blanco de las
hojas. En efecto, no estamos frente a una transposición positiva del
conocimiento, sino de cara a la elaboración de un saber que en su paso por el
cuerpo del maestro sufre modificaciones, cambia, se llena de olores y sabores;
no en vano el calor del cuerpo del maestro derrite las palabras y convierte en
melcocha las imágenes de los padres de la patria. Al mismo tiempo, ese saber también
toca el cuerpo del maestro, rueda por debajo de su camisa, se funde en la
experiencia que le permitirá después enseñar.
La enseñanza, como acontecimiento
estético-ético parte también de la disposición de escuchar, en medio del gran ruido del mundo actual, distintas voces.
Desde luego, esto involucra no solo nuestra sensibilidad sino, además, la
activación de una interpretación semiótica, que se dirige a los detalles, a los
signos, a los indicios, a los símbolos, a códigos éticos y estéticos. No sólo
las obras de arte tienen códigos estéticos; hasta el texto oral más simple
posee entre sus formas sintácticas y gramaticales concretas, un ritmo, una
entonación, una intensidad, unos gestos, la vibración de una experiencia, la
huella de uno o varios cuerpos que hablaron y, al hacerlo, marcaron en lo dicho
algo de sus alientos, entre signo y signo. Todos estos códigos generan efectos
estéticos, una polifonía que no se limita a lo canónicamente aceptado como
"bello" para el régimen de verdad de turno.
De acuerdo con lo anterior, las formas
estéticas son un terreno constitutivo de la enseñanza y no simplemente
acompañantes ornamentales del proceso.
Es aquí donde cobra un papel fundamental la opción de las maestras y
maestros por una manera de intelectualidad no limitada a la estrechez del
discurso científico, una que no oponga lo cognoscitivo a lo estético y lo
ético. Desde esta perspectiva, Paulo Freire (2005) afirma que “estudiamos,
aprendemos, enseñamos y conocemos con nuestro cuerpo entero. Con los
sentimientos, las emociones, con los deseos, con los miedos, con las dudas, con
la pasión y también con la razón crítica. Jamás sólo con esta última” (p.8).
Bibliografía
citada
Freire,
P., 2005, Cartas a quien pretenda enseñar, Siglo XXI, México.
Veloz
Maggiolo, M., 1998, El maestro. En:
Cuentos breves latinoamericanos, Aique, Norma (Coedición latinoamericana), Bogotá.
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